Sentir la suave brisa del
mar postrándose sobre mi piel, dar un respiro al alma, oler ese recuerdo bello
de cuando vivía aquí, hundir los pies en la arena mojada cerca del oleaje,
oírlos a ellos reír al vernos jugar con esa arena, haciendo castillos y
pensando que nosotras éramos las princesas que algún serían rescatadas por el
príncipe azul. Volver a vivir esos recuerdos bellos de cuando estábamos en
Acapulco, siento que aún estamos allí, en carne propia. Soy una de las hijas
que más ha adorado a sus padres a lo largo de su vida, ya que nos han
proporcionado a mí y a mi hermana todo lo que hemos necesitado, y aún así no me
canso de decirles cuanto los amo. Ese día no podre olvidarlo nunca, cuando por
primera vez vi ese cielo tan azul como nunca lo había visto antes, me asombré
tanto de ese paisaje precioso, de esas nubes que rodeaban y corrían sin cesar por ese
cielo, mi hermana cubriéndome de arena en todo el cuerpo, papá riéndose de lo
que mamá le contaba, aunque yo solo escuchaba lo que decían, no lograba
entender sus frases tan complejas. Al fin llegó la hora de comer, y era como si
todas las personas presentes tuvieran el mismo horario de comida, no me refiero
a que todos comiéramos al mismo tiempo, no, fue algo extraño, empezaron unos
señores, ya grandes de edad, que se encontraban cerca de nosotros, comían algo
parecido a los chilaquiles, eran rojos, algo así como consistentes, nada
apetecible, creo que la señora los había preparado, en fin, ellos lo disfrutaban,
mi hermana empezó a decirle a mi mamá que ya tenía hambre y quería comer, sinceramente
yo también ya tenía hambre, haber estado enterrada en la arena durante dos
horas, ya se me había abierto mi estómago, solo que yo no dije nada, no quería
mover a mamá, ya que se encontraba cómoda en esa silla reclinada de plástico,
casi dormida, despertó y mando a mi papá por una pizza que las vendían en un
“dominós pizza” cerca de allí, adoro la pizza de peperoni de ese lugar.
Mientras papá iba por la pizza, un señor pasaba con una canasta llena de
cremas, típicas de Acapulco, y ella no espero a que le pidiera una, simplemente
compró diez de esas deliciosas gelatinas que tanto adoro. Llegó la pizza y papá
comenzó a repartirla, en ese momento, mientras esperaba mi trozo de pizza,
comencé a observar a los lados y todos estaban preparando en la mesa sus
platillos listos para ser comidos, unos sentados por debajo de las sombrillas y
otros tendidos en la arena, yo y mi hermana estábamos en las sillas, y me
sentía tan dichosa de estar allí para verlos a todos, creía que todos
formábamos parte de una sola familia, al ver que todos estábamos sentados
comiendo a la misma hora, era como si estuviéramos en una misma mesa. Estando
en esta playa otra vez, en un viaje hecho para disfrutarlo en familia,
recordando esto y ver conmigo a mis seres queridos con nuevas imágenes en sus
rostros, quizás maduras un poco, deja recuerdos gratos con ese esencial sabor
de boca. Porque es satisfactorio sentir
la felicidad dentro de mí.
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